La reunión de otoño que ha celebrado la Sociedade Galega de Pastos e Forraxes en Cervantes (Os Ancares, Lugo) permitió constatar una tendencia a una mayor valoración del trabajo en el rural. Cuatro personas jóvenes, tres de Cervantes y otra de Pol, contaron en las jornadas sus experiencias de incorporación a la producción ganadera. Todas coincidieron en lo mismo. Les gusta su trabajo y el entorno en el que viven, y además, echando números, se dieron cuenta de que ganan más en el campo que en la ciudad.
“Vivir y trabajar en el rural ya no es principalmente un problema económico. Se trata más de una cuestión cultural. Tradicionalmente había una presión sociológica para dejar el rural, pero esa situación está cambiando”, destacó en las jornadas el presidente de la Sociedade Galega de Pastos e Forraxes, Eloi Villada.
«Tradicionalmente había una presión sociológica para dejar el rural, pero esa situación está cambiando» (Eloi Villada)
El cambio cultural, en el caso de Os Ancares, va asociado a un proceso de extensificación de la ganadería de carne. Esa extensificación representó una clara mejora en las condiciones de vida y de trabajo, pues buena parte de las vacas pasaron en los últimos años a estar casi todo el año en los pastos, con lo cual no hay que sacarlas y meterlas en los establos todos los días.
Resumimos a continuación las intervenciones de los cuatro jóvenes que contaron sus experiencias de retorno a la actividad agraria en una zona de montaña. Son Isaac González (Vilarnovo, Cervantes), Hugo Trabado (Quindóus, Cervantes), José Manuel Gómez (Balgos, Cervantes) y Joan Alibés (Pol).
«Tenía dudas de volver, pero un día, calculando con un amigo, vi que ganaría más aquí»
Isaac González estaba hace unos años trabajando en la construcción, un sector que en su día daba dinero pero que fue yendo a menos con la crisis. Esa bajada de trabajo coincidió con la jubilación de la madre de Isaac, que llevaba la explotación ganadera familiar. «Tenía dudas de volver -reconoce Isaac-, pero un día hablando con un amigo, me di cuenta de que iba a ganar más aquí y con mejor calidad de vida. En la construcción había días de trabajar 10-11 horas diarias y haciendo muchos kilómetros en la carretera».
La decisión del regreso la tomaron en conjunto Isaac y su pareja, Marifé Vega, que estuvieron de acuerdo en que vivir y trabajar en Os Ancares era una buena alternativa. Isaac y Marifé se hicieron cargo de la explotación de vacuno de carne y optaron también por diversificar la actividad con la producción de miel y con la recogida de castañas.
En la actualidad, gestionan alrededor de 58 hectáreas y cuentan con 36 vacas y novillas y 20 becerros. Trabajan con la raza rubia gallega, la limousin y asturiana de los valles. Cuentan además con 111 colmenas de abejas y con una huerta para autoabastecerse, así como de los ingresos complementarios derivados de la castaña. Este año recogieron unos 5.000 kilos, que comercializaron a través de la cooperativa A Carqueixa (Cervantes).
La principal dificultad que perciben viene dada por la dispersión de las tierras. «Queda poca gente aquí y tienes la posibilidad de ampliar los pastizales, pero tenemos el problema de la dispersión».
«Apuesto por la ganadería, aunque me siento estafado con las ayudas a la incorporación»
Hugo Taboada salió de Cervantes para formarse en Lugo en un ciclo de electrónica, pero al final optó por volver a los Ancares para incorporarse a la explotación familiar. «Me gustaba vivir aquí y me incorporé el año pasado», resume. Cuenta que no se arrepiente de la decisión, pues le tira la ganadería, la caza y conoce a toda la gente de la zona, pero considera que hay pocos apoyos de la Administración.
«Me siento estafado. Me dieron una ayuda para la incorporación, pero al año siguiente tuve que pagar 6.000 euros de impuestos por esa ayuda. En vez de ayudar, te dan dinero por un lado y te lo llevan por el otro» -critica-. «También tuvimos que pagar otros 1.200 euros por la transferencia de derechos de la PAC de mi madre».
La explotación de Hugo cuenta con unas 30 hectáreas, en las que maneja 46 cabezas y 25 terneros. Parte de los animales van de abril a noviembre a una zona de los Ancares leoneses que tienen alquilada en conjunto 16 explotaciones de la comarca.
Al comienzo de la primavera, los ganaderos hacen una trashumancia estacional, llevando a pie los animales durante alrededor de 8 horas hasta los pastos del otro lado de la montaña. Sólo van animales sin crías y, dentro de lo posible, se trata también de retirar las vacas de León antes del parto, pues la presión de los lobos siempre acaba con la desaparición de algunos animales.
«Acordamos entre los vecinos dedicar parte del monte vecinal a pastos»
José Manuel Gómez vive en Balgos (Cervantes), un lugar en el que quedan cuatro casas habitadas, dos de ellas con vacas. «Nos llevamos bien todos los vecinos y hablando, acordamos dedicar 20 de las 90 hectáreas del monte vecinal para pastos. Ahora tenemos siempre parte de los animales en el exterior y otra parte en el establo», explica José Manuel, que, igual que Isaac, trabajaba fuera en la construcción hasta hace unos años. «La construcción fue a pique y decidí en 2014 incorporarme en la explotación y formar una sociedad civil con mi padre», cuenta.
La granja pudo crecer en los últimos años en buena medida gracias a los pastos, pues el establo se les quedaba pequeño. La instalación de pastores eléctricos y de comederos exteriores para complementar los pastizales con silo de hierba han provocado un cambio del manejo tanto en la explotación de José Manuel como en buena parte de las granjas de los Ancares.
El ganadero de Balgos gestiona en la actualidad alrededor de 50 hectáreas en unos 8 enclaves diferentes y cuenta con un rebaño de 73 vacas y novillas, 2 toros y unos 45 becerros.
«Comenzamos de cero en 2007 a partir de fincas alquiladas al Banco de Terras»
Joan Alibés es un productor de ovino y caprino que vivía en Cataluña trabajando como técnico agrícola, hasta que un día él y su pareja, gallega, decidieron instalarse en Galicia y comenzar desde cero como ganaderos. Su proyecto arrancó en 2007 a partir de 26,5 hectáreas de terreno que les cedió en alquiler el Banco de Terras. Los terrenos estaban a monte, así que hubo que desbrozarlos, encalar e implantar praderas, en las que se cuidó la selección de hierba, enfocada a la ganadería de carne.
Sobre esa base, Joan comenzó a trabajar con un rebaño de 140 cabras y 90 ovejas y completó la superficie, hasta las 33 hectáreas, con alquileres y con tierras en propiedad. Montó una cuadra y dispuso cierres fijos y móviles electrificados para reducir las incursiones de depredadores, tanto del lobo como de zorro y visón.
Los animales, que también están protegidos por mastines, pasan día y noche fuera todo el año, alimentándose sólo en base a pastos y con suplementos de cebada cuando son precisos. La cuadra, de hecho, nunca se llegó a utilizar para el ganado y se dedica al almacenamiento de hierba seca.
La explotación se centra así en la producción de una carne de calidad, criada en extensivo, y junto con otra granja de la zona apostó por crear su propia comercializadora, Beealia, así como por sacar al mercado una marca propia, Cordeiro y Cabrito Atlántico.
Lobo y Red Natura, cuestiones candentes
Los ganaderos de los Ancares que participaron en las jornadas de la Sociedade Galega de Pastos, tanto los jóvenes como los que llevan años en la actividad, coincidieron en señalar al lobo como un problema claro para la ganadería extensiva. Hubo también consenso en que el problema, más que los daños del lobo en sí, era su gestión por parte de la Administración.
Los productores incidieron en que lo habitual es que la Xunta tarde años en pagar los daños y en que a veces no se pagan, bien por no poder localizarse el animal muerto, bien por no reconocerse el ataque como de un lobo. Además, los escasas márgenes que hay en la ganadería de carne, inviable sin subvenciones, hacen que la desaparición de animales tenga un impacto especial para los afectados.
Otra cuestión que se percibe como un problema es la Red Natura. Los ganaderos dicen no cobrar ninguna ayuda por trabajar en zonas de protección de la naturaleza, desconocen que haya esas subvenciones y, en cambio, enumeran problemas derivados de las restricciones que introduce la normativa de conservación.
La falta de gente en el entorno social de las explotaciones y la dureza de los inviernos fueron otros de los problemas que se comentaron en las jornadas. Se pidió un mayor apoyo de la Administración para las zonas de montaña.