«Este blanco es un fiel reflejo de la variedad autóctona Treixadura, del terruño. Es un vino con mucho volumen y donde priman los sabores a fruta del país como la manzana». Así describe Eduardo González Bravo su vino Pazo Lalón, que fue considerado el Mejor Blanco de Galicia en la pasada edición de las Catas de Galicia, que se celebró a finales del 2020.
La distinción fue también un reconocimiento para la tradición y la pasión por la vitivinicultura que lleva mostrando esta bodega familiar del Ribeiro, asentada en Leiro (Ourense). «Para nosotros este premio es un orgullo, ya que el vino es la herencia que nos ha dejado mi padre», valora Eduardo, que trabaja a diario en la bodega junto con su hermano Tomás.
«Para nosotros este premio fue un orgullo, ya que el vino es la herencia que nos dejó mi padre»
La bodega se asienta en la antigua casa grande de Lalón, construida en el año 1204, y que fue propiedad del convento de Allariz y de la familia de los Ulloa. En el 1992 comenzó la producción de vino, aunque José González, el padre de Eduardo, la adquirió ya a comienzos de los años 80. «Mi padre era hostelero en O Carballiño (Ourense) por lo que compraba los vinos en el Ribeiro y siempre tuvo la ilusión de hacer su propio vino», recuerda.
Variedades autóctonas
Asesorado por la Estación de Viticultura y Enología de Galicia (Evega), José recuperó y plantó nuevos viñedos en las cercanías de la bodega. A finales de los años 80 plantaron unas 8 hectáreas, buena parte de ellos de Treixadura, además de otras variedades autóctonas como Albariño, Loureira o Torrontés.
Hoy en día Pazo Lalón cuenta con cerca de unas 12 hectáreas de viñedo. La parcela principal está situada en las cercanías de la bodega y abarca unas 8 hectáreas. Se trata de un viñedo plantado en la ladera sur de Gomariz y conducido en espaldera de arriba a abajo y con orientación norte-sur. Además, disponen de otras 2 hectáreas también en el lugar de Gomariz y a las que se añaden 1,5 hectáreas en la parroquia próxima de Cabanelas (O Carballiño, Ourense).
La bodega está especializada en las variedades blancas. La mayor parte de las cepas son de Treixadura y este año sacarán al mercado su primero tinto
En estos viñedos predominan las variedades blancas. La mayor parte de las cepas son de Treixadura, que supone el 65% de las cepas. Alrededor de un 10% son de Albariño y un 5% de Loureira y otro tanto de Torrontés. En los últimos años también comienza a aproximarse a las variedades tintas y cuenta con unos 4.000 metros cuadrados plantados de Sousón, Mencía y Caíño Longo. «Teníamos una producción de tinto mínima que hasta ahora destinábamos para autoconsumo y este será el primer año que sacaremos al mercado también un tinto», comenta Eduardo.
Este año también quieren renovar parte del viñedo. «Una de nuestras prioridades va ser rehabilitar el viñedo. Pensamos arrancar algunas cepas que tenemos dañadas, sobre todo por enfermedades de la madera como la Yesca, pero vamos a seguir apostando por los blancos y por la Treixadura», apunta el viticultor.
Fieles al terruño y a la identidad del vino
Eduardo reivindica una vitivinicultura apegada tanto al terruño, a la identidad de las variedades autóctonas que cosecha, como a las elaboraciones más tradicionales, combinadas con la tecnología actual. De este modo, en el viñedo optan por reducir al máximo los tratamientos fitosanitarios. «No llegamos a estar en ecológico, pero sí trabajamos con esa línea», explica el viticultor.
Rechazan utilizar herbicidas y antibotríticos en sus viñedos y aplican el menor número de tratamientos de sulfatos
Así, rehusan emplear ningún tipo de herbicida en los viñedos, tampoco aplican antibotríticos, y el uso de sulfatos se reduce a los mínimos tratamientos imprescindibles. «Al tener buena parte del viñedo en la ladera sur de Gomariz, que es una zona soleada y ventilada, se reducen los tratamientos, con todo hay años como el pasado que el mildiu afecta mucho y merma la producción», comenta. Suelen tener unas producciones de 5.000 kilos por hectárea.
Intentan mantener setos naturales en las márgenes del viñedo. «Estos espacios terminan siendo refugios de fauna que nos beneficia a la hora de controlar plagas en el viñedo», detalla. En los primeros años de producción, también optaron por sembrar centeno durante el invierno para en primavera enterrarlo. «Resultó ser un aporte de materia orgánica muy importante, pero una vez que conseguimos el nitrógeno necesario dejamos de hacerlo para no alterar el suelo», indica. Ahora aportan caliza y compost orgánico que compran a Ecocelta y con el que atiende las necesidades de las cepas.
En la bodega, buscan potenciar y respetar las calidades de las variedades autóctonas, por lo que optan por intervenir lo menos posible en la evolución de los dos vinos que elaboran y que comercializan bajo las marcas Pazo Lalón y Eduardo Bravo. «El vino lo elaboramos echando mano de la máxima tecnología, pero intentando mantenernos fieles a la tradición», apunta el bodeguero.
Realizan un pie de cuba para conseguir realzar las características de las variedades autóctonas
En sus vinos tampoco añaden levaduras químicas, sino que optan por realizar siempre un pie de cuba, una preparación que se hace antes de las primeras vendimias al recoger las uvas más maduras a una temperatura idónea, dejando que comience la fermentación. «Controlar la temperatura y realizar el pie de cuba no permiten trabajar con las levaduras propias de nuestras variedades, que resaltan los matices varietales de los vinos, como es en el caso de la Treixadura la manzana, o en la Loureira los aromas a lavanda», detalla el bodeguero.
Son vinos con una alta graduación, que suele situarse entre los 13 y los 13,5 grados de alcohol. «Al estar el viñedo en una ladera sur, nuestras uvas suelen madurar siempre mucho, lo que eleva la graduación de nuestros vinos», concreta Eduardo.
Tienen una producción de unas 25.000 botellas de su vino Pazo Lalón, elaborado a base de Treixadura y Albariño. Este año, dada el incidencia de mildiu que acusaron, la producción fue de 17.000 botellas. El otro vino que comercializan es Eduardo Bravo, elaborado con Treixadura, Loureira, Albariño y Torrontés. En este caso se trata de una elaboración con una crianza sobre lías de unos 2 meses y que luego van clarificando por gravedad. De este vino suelen producir unas 21.000 botellas, y esta cosecha también se ha visto reducida la producción a unas 19.000 botellas. Este año también pretenden sacar el mercado su primero tinto y un blanco de barrica, un monovarietal de Treixadura.
En el trabajo diario de la bodega, junto a los dos hermanos, tienen también un empleado. El plantel se incrementa en dos operarios más para trabajos como la poda o el atado de las cepas y llega a las 10 personas en la época de la vendimia.
Vinos para la restauración
El principal mercado de sus vinos es el canal Horeca, en parte por su tradición y vinculación con la hostelería. «El 95% de nuestros vinos los comercializamos en establecimientos hosteleros», explica González Bravo. El establecimiento familiar el Mesón del Jamón, que regentan en pleno centro de O Carballiño, es otro de los destinos de sus vinos.
Pese a estar centrados en la restauración y dadas las restricciones derivadas de la crisis sanitaria del Covid-19, ya han comercializado buena parte de su producción. «En los meses de verano conseguimos darle salida a la mayoría, y ahora sólo nos queda entregar un último pedido para darla por rematada», comenta Eduardo.
También comercializan una parte de su producción en ciudades como Barcelona, Madrid y exportan a México o Francia.