Daniel Rodicio Fernández es un joven que hace 5 años se incorporó a la actividad agraria en la explotación familiar de conejos en A Bola(Ourense). Licenciado en Ciencias Económicas, su perfil coincide con el de muchos jóvenes que están volviendo al campo: personas con formación superior que ante las dificultades del mercado laboral ven en la agricultura y la ganadería una opción profesional digna.
¿Por qué un joven con formación universitaria como tú decide incorporarse a la actividad ganadera?
Me incorporé hace 5 años porque mi madre se jubilaba. Además, era un momento en el que la cunicultura era rentable y el proyecto empresarial ya estaba montado.
¿Cómo nace esta explotación de conejos?
La historia de nuestra explotación es repetida en el rural gallego: gente que se marcha a la emigración en los años 60-70 y los ahorros los canalizan a la actividad agrícola. En concreto, en el año 1982 mis padres regresan de Alemania y deciden poner en marcha la granja de conejos.
Los comienzos fueron duros porque el sector estaba poco organizado. De esta manera, por necesidad de supervivencia, en el año 1989 se integran en la cooperativa COGAL, lo que supuso una importante mejora.
Cuando me incorporé en el año 2011 arreglamos y modernizamos las instalaciones existentes e hicimos un estercolero. En total invertimos unos 180.000 euros.
La granja tiene unos 1.000 metros cuadrados e inseminamos entre 670 y 700 conejas al mes y producimos entre 4.500 y 5.000 conejos.
¿Cómo es el ciclo productivo en tu granja?
La raza – HIPlus-, es híbrida, como todos los conejos de genética moderna y con parámetros de alta producción. Lo que hacemos es organizar la producción en base a que una coneja pare entre 7,5 y 8 partos al año, y a partir de ahí organizamos un proceso de producción estándar, que en madres es de 42 días y un proceso de engorde que es de 70-72 días.
«Sin una cooperativa sería muy difícil sobrevivir en el sector del conejo»
Con estos plazos hacemos un proceso de rotación: las conejas están con los gazapos y luego estos se destetan y se ceban, mientras que las conejas vuelven a entrar en ciclo reproductivo.
¿Cuáles son las ventajas que os aporta estar en una cooperativa?
El cooperativismo nos ofrece muchas ventajas porque nos ayuda a ser mucho más eficientes en la producción. En el caso concreto de COGAL, nos facilitan desde el semen, a las compras o la distribución final. COGAL nos suministra también los piensos a través de un acuerdo con COREN.
Todo este proceso sería muy difícil para una granja que no esté en una cooperativa.
¿Cuál es la situación a nivel de precios para los productores de conejo?
Los precios están a la baja desde hace dos años: en el 2013 el kilo de conejo en lonja llegó a cerca de los 2,00 euros y en este momento está en 1,5 €/kg.
En un momento de crisis la gente ajusta mucho más su renta a la compra, y la carne de conejo es una de ellos.
Además, la piel de conejo tuvo una bajada muy importante y los costes de energía aumentaron.
En esta situación, ¿cual es tu apuesta de futuro para la explotación?
Uno de los grandes problemas de que la gente joven no se incorpore a la agricultura, aparte del desprestigio histórico de la actividad agraria, es la inestabilidad de precios y la falta de servicios en el rural.
En este sentido, debemos repensar al rural gallego para el siglo XXI. ¿Que modelo queremos: uno con muchas explotaciones pero bien dimensionados o de pocas y muy grandes? Debería darse este debate en la sociedad gallega.
En mi caso, una de las claves por la que voy a intentar apostar es la diversificación para no jugar todo a una carta.
«El problema en Galicia es que el valor de la tierra es sentimental y su precio desorbitado»
Pero el problema que tenemos las persona que queremos poner en valor la tierra en zonas abandonas es precisamente el abandono. Las comarcas en Galicia tienen ahora unas asimetrías enormes: hay comarcas activas y otras totalmente abandonadas. Y el abandono lo que provoca es que se cumpla el dicho del «Perro del Hortelano»: no hay flujos de información sobre el valor real de la tierra y acaba provocando que los propietarios de la tierra ni hagan ni dejen hacer. Es decir, no se sabe ni el valor ni en el precio y el valor acaba siendo sentimental y el precio de una finca superior al que le puedes sacar en 100 años.