“Cuando yo empezé no había nadie más que echara habas en esta zona. Comenzé con 27 años con unas pocas y hoy tengo 74. Llevo toda la vida plantándolas”, cuenta Teresa Recalde, de Fabas O Pontigo, una voz autorizada para hacer un repaso por la historia de este cultivo que cuenta con Indicación Geográfica Protegida propia.
“Me casé con 25 años y ese año eché unas pocas habas del caldo en medio del maíz. Fui la primera. Alguien tenía que serlo”, le resta importancia. “Cuando empezé a echarlas tenía vacas, pero después dejé las vacas y me dediqué en exclusiva a la haba. Fue mi actividad principal hasta que me jubilé. Ahora la explotación la lleva la hija”, cuenta. Genma continúa con la producción, pero nos manda hablar con Teresa porque “la experta en habas es ella”.
En este tiempo también cambiaron las técnicas de cultivarlas. “Las primeras las echamos arrastro, directamente en el suelo, plantadas solas como si fuera maíz pero se estropeaban muchas por estar en contacto con el suelo. Luego pasamos a echarlas en medio del maíz, pero tampoco era gran cosa porque el maíz les chupaba mucho. Ahora desde hace ya muchos años las estacamos, fui la primera que lo hizo”, aclara. “Habían hecho los de Extensión Agraria cuatro campos de ensayo, dos aquí en Santo Tomé y dos en San Adriano, estacándolas con varillas de hierro, pero mi marido trabajaba en un aserradero y tenía una pala y antes de ir a trabajar poníamos los palos y después yo iba atando”, añade.
Casi medio siglo de actividad dio lugar también a un calendario adaptado a las características climatológicas y del terreno. “Cuando llega la primavera preparamos la tierra, la abonamos y queda arada desde finales de marzo porque el terreno tiene que estar cocido cuando echamos las habas en el mes de mayo, a principios o a mediados, dependiendo del tiempo. Ahí fresamos la tierra y sembramos directamente el haba en ella. Hice pruebas haciendo semillero y trasplantando pero es más gasto y más trabajo, así que volvimos a echarlas directamente en la tierra. Antes las echábamos a mano, hacíamos el surco, las pingábamos y otros iban detrás tapando, pero ahora tenemos una máquina para echarlas que ya lo hace todo. Después se atierran y ya se tapa la hierba que sale al lado de ellas con esa tierra. Antes se sachaban con el azadón surco a surco pero era muchísimo trabajo. A continuación estacamos y ponemos la red para que suban y vamos amarrándolas. Ya quedan así hasta que se recogen, lo único que hacemos es pasar la grade de vez en cuando entre los surcos para que no salga hierba”, detalla Teresa.
“Quien más trabajo hace es Genma. Se ayudan ella y un primo que también echa habas y hacen los trabajos a medias. Entre los dos lo van haciendo, yo solo paso el tractor. Para las estacas sí que hay que buscar gente y para recoger el año pasado contratamos a una persona mes y medio”, cuenta.
Las tierras se dejan luego descansar en invierno, una vez cogidas las habas y retiradas las estacas, por el mes de octubre o noviembre. “A veces si las recogemos temprano echamos unos nabos que después se fresan en primavera para abonar, pero son tierras dedicadas solo a habas”, aclaran.
Secado, congelado, envasado e etiquetado
Lo que Genma y Teresa echan es todo haba blanca. “Al principio echaba algo de verdina, pero no tengo muy buen sitio para secarlas”, explica. Este año tienen plantadas 5 hectáreas, unas pocas menos que otros años. Las tierras son todas arrendadas. “Yo terreno no tengo”, aclara.
El proceso de secado comienza en la planta en la propia tierra y finaliza a cubierto en casa. “Cuando la vaina comienza a amarillear se corta la planta por el pie y se lleva para casa. Tarda entre uno y dos meses en acabar de secar, depende de cómo venga el tiempo. Vienen de la tierra a medio secar y aquí acaban de secar colgadas en 4 invernaderos que tenemos para eso”, explica Teresa. Al igual que las tierras, los 4 invernaderos no tienen otro uso más que el de secar las habas. “Antes labrábamos judía y tomate, pero teníamos que sembrar temprano para lograr tener los invernaderos libres para cuando venían las habas”, explica.
Cuando están secas, las habas se descuelgan, se mallan y pasan por la cámara de congelación. “Metemos 1.000 kilos de habas cada vez y las tenemos una semana para que no le salga el gorgojo”. Pasados siete días se sacan y una vez descongeladas quedarían ya listas para conservar, envasar y comercializar. El proceso implica la ausencia de tratamientos químicos para la conservación del producto.
O Pontigo fue también de los primeros en embolsar y vender con su propia marca un producto antes destinado mayoritariamente a abastecer la mayoristas asturianos. “No me fue fácil abrir camino. Fui a muchas ferias, a veces no sacaba ni para pagar el stand. Entonces la Faba de Lourenzá no tenía el nombre que tiene hoy”, asegura.
«Yo para Asturias mando poca haba, pero aún se sigue dependiendo mucho de ese mercado»
El año pasado O Pontigo logró una producción de 9.000 kilos de haba blanca seca. A pesar de la abundancia, el precio se mantuvo. “Yo las vendí como todos los años, a 9 euros el kilo a granel y a 10 euros embolsadas en paquetes de un kilo bajo a IGP Faba de Lourenzá”, cuenta.
Pero el año pasado fue un año “excepcional”. “Hace muchos años que echo habas pero como el año pasado no vin ninguno. Hubo mucha, muy buena, nada manchada y ya fue prácticamente seca para casa”, resume Teresa. “Este año no va a ser tan bueno, la calidad sí, va a ser a misma, pero la cantidad va a ser menor. Este año no llovió cuando tenía que llover. Las primeras habas nacieron bastante bien, pero las segundas que se echaron nacieron mal, hubo que replantar y les costó subir”, explica.
El pasado año O Pontigo logró una producción de 9 toneladas de haba seca de muy buena calidad, que vendió entre 9 y 10 euros el kilo. Este año prevén una menor producción
Las cosechas coinciden con la Festa da Faba, que se celebra el primer fin de semana de octubre, aunque al tratarse de un cultivo estacional varía de un año para otro en función del tiempo. “Este año están ya más secas y para la Festa da Faba va a haber ya cantidad, otros años hay muy poca para esa época, es cuando comienza a haber”, aclara Teresa, que es asidua desde la primera edición celebrada en 1990. “En la primera Festa da Faba éramos solo 4 stands. Dos de aquellas señoras ya murieron. Hoy somos más y se vende más. Entonces ni cosecha bastante teníamos”, recuerda.
La mayoría de los productores estrenan su producción anual coincidiendo con la Festa da Faba pero luego disponen del producto para seguir comercializándolo durante los siguientes meses. “Nosotros la tenemos después durante todo el año disponible. Estamos acabando ahora la del año pasado, cuando venga la nueva ya no quedará nada”, indica.
Adaptan la producción a la clientela para tener la venta segurada
Genma y Teresa adaptan su producción a su clientela habitual para tener garantizada la salida a su produto. “Tenemos nuestros clientes, algunos desde hace más de 30 años, y sembramos adaptado a eso. En mi caso ahora para Asturias van pocas, pero sin los compradores asturianos aún a día de hoy no se podría echar la superficie de haba que se echa en el Val de Lourenzá, en muchos casos ellos siguen siendo el principal cliente”, asegura.
«En A Mariña producimos habas pero hay pocos restaurantes que las tengan en su carta»
Y hace un reproche: “Aquí en A Mariña producimos habas pero pocos sitios hay donde poder comer un plato de habas. En Asturias tienes fabada tanto en invierno como en verano en todos los restaurantes”.
O Pontigo dispone de la maquinaria necesaria también para el envasado y etiquetado. Llena en saquitos de tela de un kilo con el distintivo de la Indicación Geográfica Protegida Faba de Lourenzá destinados sobre todo a tiendas y clientes minoristas, pero no logra venderla toda de este modo y para restaurantes u otro tipo de clientela va en sacos de 25 kilos que no entran dentro de la IGP.